Yo también escuché su voz. Fue en la piedra de un molino machacando aceitunas, en el susurro de las hojas de los olivos, en la luna llena de Jabalcuz, en el aceite de un hoyo, en el azúcar de un ochío, en la madera de un fuerte en la Cañada de las Hazadillas. Fue una madrugada de Jueves Santo, un día de romería, una semana de feria, un año de sol, una vida de cielo azul. A mí también me habló. Me señaló, me llamó, me eligió. Yo también me acerqué a la orilla del Guadalquivir. Me asomé. Y me vi. Solo. No había un pueblo detrás. Solo mi cara reflejada en la Cañada de las Fuentes. Y entonces se fue.
Desde entonces no lo he vuelto a escuchar. Y cada día vuelvo a la orilla a mirarme en el agua. Sí, tal vez sea eso el liberalismo, tan sólo un río sin rostro en el que curamos nuestras cicatrices los que tenemos el gesto herido. El espejo en el que maquillamos nuestros lunares. Tal vez José Carlos, Manel, seamos nosotros el rostro humano del liberalismo. Liberales con rostro. Vendedores de espejos.